lunes, 3 de marzo de 2008

El hombre de...

Salimos a fuera y nos pusimos a caminar. Caminamos por un caminito que era llano al principio y que tenía cierta pendiente al final. Mientras caminábamos no se produjo ninguna conversación; tanto Sara como yo estábamos callados. El silencio que se hallaba entre nosotros se veía irrumpido por el canto de los pajaritos que volaban aquí y allá. El sonido del viento, al romper con las hojas de los árboles, formaba una especie de melodía que se confundía con el eco de la naturaleza. Nuestros pasos se oían remotamente, al pisar el camino de tierra, y dejaban pequeñas huellas casi imperceptibles. El ardiente sol de verano amenazaba como nunca con sus tórridos rayos de luz que iluminaban aquel increíble paisaje.

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