Mi figura paternal parecía un niño en vez del hombre que es. A pasitos cortos (cosa extraña, midiendo casi dos metros de altura) se acercó a mí -en aquel efímero descanso- para enseñarme algo que teníamos en común: un escrito. Esa poesía de título fácil e indiscreto me produjo una sensación de rapidez, desconcierto y descaro. No tardé ni un minuto en leerla. Quiso saber mi opinión. Se la dije. Se fue -dando esos pasitos cortos- y la carcajada que salió de mi garganta fue simple e inocente.
Mi figura paternal se siente inseguro. Parece ser que sigue creyendo que no sé lo que sí sé... Ella también parece sentirse insegura: me mira con duda temiendo mirarle a él por si descubro -e insisto- lo que ya sé. Ella -que es mi misma imagen desde otro punto de vista- se ha despistado y se ha quedado con parte del alma de mi figura paternal. No me dejó devolvérsela; prefirió que lo hiciera otra persona. Aunque ella no comprende que estoy alegre por lo que sé.
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