Apareció de la nada; llevaba un atuendo que vestía su cuerpo con distintos tonos de verde. Sus ojos, que se volvieron color hierba, se escondían detrás de esos cristales que impedían apreciar su mirada con totalidad.
Ella -la ninfa de la naturaleza- se contoneaba lentamente al caminar por aquel reducido espacio. Las pequeñas arrugas se asomaban por esos espectaculares ojos y sus formas -sus simples curvas- hacían notar su edad.
Aún así, ella siempre será y siempre estará con nosotros -aunque no lo esté de cuerpo presente-. Será eterna como esas esmeraldas que colgaban de sus orejas.
"Somos muchos pero no somos nadie"- recordó el alma olvidada. Y es que ese alma se siente en su completa e insufrible soledad.
No habla con nadie porque no quiere, no ríe porque no quiere... tan sólo pierde el tiempo lamentándose y nada más.
-¿Por qué no te liberas de tu propio castigo?- pregunté al alma triste. -¿Para qué, si no soy nadie?- contestó. -No sé para qué me molesto en preguntarte si harás lo que te plazca... ¿Sabes lo que te digo? Véte y no vuelvas- dije. -¿Que me vaya?- preguntó, sorprendida. -Sí. ¿Para qué vas a quedarte si no quieres vivir?
Dicho esto, el alma esbozó una abstracta y simple sonrisa y, sin mediar palabra, se marchó dejando tras de sí un rastro lleno de vida... la vida que no quiso vivir.
Una mañana aparentemente normal. Día aburrido: la prueba. El silencio invadió la sala durante un largo tiempo pero, desgraciadamente, se rompió.
"¿Qué es eso que se oye, allá, a lo lejos? ¿La melodía de un móvil? ¿Un cohete?"- decían "Un misil"- susurramos a la par mi maestra y yo. Miré a mi alrededor: unas cuantas mesas, papeles, personas, mis compañeros, mis amigos, mi vida, su vida... y en unos segundos no iba a quedar nada. Podía ver el cercano futuro: fuego, sangre, destrucción y dolor... mucho dolor. Mis ojos se llenaron de lágrimas al verla tan cercana a ella: mi peor enemiga. "¿Por qué tienes que venir ahora? Te supliqué que vinieras más tarde..."- pensé. Mi muerte, nuestras muertes -supuestamente- serían repentinas.
Me acordé de tantas cosas... recordé el poder de EE.UU, Hiroshima, las bombas de destrucción masiva... evoqué su rostro, su sonrisa, su vida... intenté guardar en mi efímera memoria la expresión de mi maestra...
¡Fiiiiiiiiiiiiiiuuuuuuuuuuuuuuuh! ¡Plop! El misil cayó y explotó. "¡Era un petardo!"- exclamaron los inconscientes.
Mi mano temblaba y mi expresión de terror seguía en mi rostro. Entonces, la maestra se acercó a mí y dijo: "Tranquila, nunca sabremos cuándo será nuestro final".
Día claro, sonido envolvente, olor a carisma, sabor a manzana, tacto suave...
Me sorprendiste susurrando palabras en aquel complejo día y en ese simple lugar. Te acercas pensando que adivinaría tu alegría pero no lo hice. En el momento que lo supe, cierta nostalgia recorrió mi cuerpo al sentir esa felicidad que tú mismo sentías -y sientes-. Has subido una pequeña cuesta y ahora tendrás que llegar a lo alto de la montaña. Me alegro... de verdad.
Tú: vestida de negro. Yo: vestida de ti. Siento como te vas aproximando y me posees a medida que pasa el tiempo. Me gustaría no llegar a verte nunca pero, tarde o temprano, lo haré. Sufro por tu llegada. Pronto sabré cuándo vendrás o, mejor dicho, si vendrás ahora o más tarde. ¡Ven después! Por favor, te lo suplico, no vengas ahora, ten algo de compasión: aún soy joven y lo sabes.
Hace poco, te soñé. Yo era tu sierva, debía obedecer tus órdenes y,con ellas, hacer tu cruel trabajo. Me miraste -sin rostro-, me señalaste con tu dedo -sin piel ni carne- y, con voz rasgada, dijiste: "Harás lo que yo te diga"...
...y desperté.
Desconcertada, aquella mañana, algo muy dentro de mí decía que debía de hacer aquello que tantas veces, por pura rutina, había hecho. Entonces...
Corre, ve y esquiva mis ideales. Ignora lo que ya está probado y nadie quiere reconocer. Vive tan sólo respirando y lo harás sin pensar, sin saber, sin ser...
Algo que se quiere ocultar y se hace, durante mucho tiempo, hasta que una sola persona, sin aceptar soborno alguno, lo descubre. Sí, en efecto: todo se destapa, como se suele decir, la verdad siempre sale hacia la luz. No se puede decir ni hacer nada (¿o sí?). Aunque lo hiciera, -según ellos- habrá perdido la cordura...
...medios de comunicación que corroboran esa gran mentira. ¡Qué lástima! Nadie sabrá esa pequeña verdad.
Pareces tan neutral que, a veces, me da miedo decir la verdad porque sé que en realidad no lo eres. Tus sentimientos están allá: muy dentro de ti. Parece ser que no los sacarás hacia la luz... y lo haces. A veces ríes y otras, como hoy, lloras de impotencia. Quizá nada de lo que te dijimos te ha hecho bien, aunque sé que no haberte dicho nada habría sido mucho peor. Abre los ojos y sé tú misma. Respira, vive y, sobretodo, sonríe. Sabes que yo siempre estaré a tu lado aunque, por ciertas circumstancias, no nos volvamos a ver. Por el momento, y si no existe solución alguna, vive el presente y el futuro ya vendrá.
Sesenta minutos y sesenta segundos en cada uno de ellos. En total, hay 3600 segundos que pasan muy lentamente.
Volviendo al tic-tac del abstracto reloj, caigo en el aburrimiento sumido en la pesadez. Una hora perdida, un sueño interminable. Y la verdad es que esto último es francamente cierto: los párpados se me cerraban casi sin quererlo anhelando un lecho con el que aprovechar mis sueños. Mis deseos no fueron cumplidos ya que estaba sentada sobre una dura silla de madera.
No había nada que hacer ni tampoco había nada hecho. Todas las personas que me rodeaban estaban igual o peor que yo. "¿Quién ha hecho qué? ¿Lo dijo? ¿En serio? ¿De qué habláis?" No me enteré de nada; no había nada que entender. No, no lo hay.
Silbatos, cacerolas, risas, gritos... ruido, tan sólo era ruido. ¿Una huelga? Sí, de ruido. ¿Ruido? Sí, ruido. ¿Qué gritan, qué hablan, que dicen? Nada: sólo es ruido. ¡Bum-bum! ¡Bum-bum! Esos golpes invadieron mi mente. ¡Bum-bum! ¡Bom-bum-bam! Del ruido... a la música. Esa extraña melodía recorrió todo mi cuerpo haciendo que éste se moviera como nunca lo había hecho. Bailé. Hoy como ayer y mañana como hoy.
He conocido muchas vidas, muchas almas, muchos poetas. Tengo un pequeño sueño por cumplir y parece ser que lo estoy consiguiendo. Respiro, vivo, estoy aquí. Voy andando por el camino de la vida y, antes de llegar al final, he de hacer muchas cosas.
Los celos invaden a ciertas personas que pretenden entrometerse en mi camino. Muchas de ellas, supuestamente -o eso dicen-, no creyeron que llegaría tan lejos. Lo estoy haciendo y siento burla y descaro al ver en sus rostros esa sorpresa y aquella envídia que tanto les caracteriza. Yo estoy aquí aprovechando el tiempo pero ellas lo malgastan intentando hacerme la vida más difícil. Esas personas son escritores frustrados.
Se levantó un alborotado viento en este día aparentemente sereno. El fuerte aire me envolvió con sus invisibles brazos pretendiendo elevarme y llevarme hasta el cielo. Despeinó suavemente mis cabellos mientras la lluvia -que ya comenzaba a caer- me tocaba, con sus frías y húmedas gotas, colándose por el tejido de mi ropa. La tormenta me retenía; no me dejaba marchar. Estaba a punto de llegar a mi destino pero ni el viento ni la lluvia me dejaban avanzar.
Recuerdo esa tarde de ardiente verano. Saliste mojada y desnuda, quisiste ocultarte de mi mirada aunque no pudiste.
Que te amaba -o quizá solamente te quería- ya lo supiste. Quería compartir mi vida contigo -a pesar del miedo que sentí por el rechazo ajeno y por el tuyo- pero tan sólo pude obtener un dulce "no". Aún así, ese recuerdo, el de aquel día, es claro, lúcido y siempre seguirá en mi mente.
Quería enjugarte con mi cuerpo, abrazarte y estrecharte contra mi pecho. Quise amarte pero reprimí mis sentimientos. Miradas ajenas centraron toda su atención en nosotras, en mí, en mi extraño comportamiento. Con cierto pudor, intentaste ocultar tu cuerpo de mis ojos aunque tus esfuerzos fueron inútiles. ¿Cómo pretendías huir de mi mirada -para que dejase de observar tu sutil belleza- si estabas junto a mí?
Mi figura paternal parecía un niño en vez del hombre que es. A pasitos cortos (cosa extraña, midiendo casi dos metros de altura) se acercó a mí -en aquel efímero descanso- para enseñarme algo que teníamos en común: un escrito.Esa poesía de título fácil e indiscreto me produjo una sensación de rapidez, desconcierto y descaro. No tardé ni un minuto en leerla. Quiso saber mi opinión. Se la dije. Se fue -dando esos pasitos cortos- y la carcajada que salió de mi garganta fue simple e inocente.
Mi figura paternal se siente inseguro. Parece ser que sigue creyendo que no sé lo que sí sé... Ella también parece sentirse insegura: me mira con duda temiendo mirarle a él por si descubro -e insisto- lo que ya sé. Ella -que es mi misma imagen desde otro punto de vista- se ha despistado y se ha quedado con parte del alma de mi figura paternal. No me dejó devolvérsela; prefirió que lo hiciera otra persona. Aunque ella no comprende que estoy alegre por lo que sé.
Después de siete días, te encontré. Sentí cierto nerviosismo al verte aunque, momentos antes de hacerlo, creí que no lo iba hacer aquel día.
Te hallaste en el horizonte -alma borrosa que tantea lo indefinible- y tu difuminada silueta soltó al aire cierto elemento que anhelé e hizo volar mi imaginación. Me acerco y huyes. Te aproximas y me marcho. Nuestras paralelas almas se miran -paralelamente- creyendo no saber mirar. Te he visto diferente, pareces otra persona, aunque sé que tu alma es la misma y que siempre serás tú.
¿Tu nombre? Aún no lo sé y quiero saberlo. Sé que, cuando lo haga, finalizará mi extraña obsesión.
A menos de un metro y medio de distancia, le tenía frente a mí. Dijo aquello que yo creí haber intuido aunque no sabe si sé lo que está sucediendo.
Sí: lo sé. Hace tiempo que lo averigüé y la verdad es que no me importa demasiado; es su vida y no pienso meterme donde no me llaman. Aquel día, sus almendrados ojos me miraron como si quisiesen contarme todo lo que ya sabía. Quería desahogarse conmigo pero sé que no lo hizo por simple seguridad.
Ese mismo día, yo también tenía algo que contar. Pensé en decirle lo que pensaba porque él para mí era mi figura paternal. Quería decirle cómo me sentí al ver aquella increíble persona después de tantos meses: -Recuerdos invadieron mi pesar- Sus labios apenas dibujaron una sonrisa y sus manos temblaron al verme pasar. El ruido de las cajas que cayeron al suelo retumbaron en mi cabeza una y otra vez. Nuestras miradas se cruzaron. Ha pasado una semana y todavía escucho ese ruido mientras evoco su extrema mirada.
No se lo dije. Me hubiera gustado explicarle a mi figura paternal todos mis pensamientos pero no lo hice.