Ahora que te vas intercambiamos opiniones, me cuentas casi todos tus secretos, te interesas por mi pasado, mi presente y mi futuro. Te marchas y me preguntas cómo me van las cosas, cómo me va la vida, el porqué de una extraña creencia, dónde iría si no fuera nadie.
Supuestamente, te vas. Te vas y no volverás. Fue nuestro diálogo más extenso y maldigo mi suerte porque justo aparece a pocos días de tu partida. Fue mi última conversación contigo y la única que dio sentido a nuestra posible amistad.
Pudimos ser amantes -de hecho, estuvimos a punto de serlo-, pudimos ser los mejores amigos de la Tierra pero, sin embargo, llegamos a ser los peores enemigos durante un prolongado tiempo.
Me lanzaste las peores palabras a la cara y yo guardé las mías en una caja ofreciéndote tan sólo silencio. Silencio que te dolió más que otra cosa y te hizo realizar actos que ni tú mismo creías que podrías hacer. Me quedé muda dos meses y durante dos meses tu mirada era sólo tristeza. Pero después, mucho después, volví a dirigirte la palabra y volví a estar semi-ausente aunque sé que tú ya estabas ausente perdido.
Ahora que te vas es cuando somos los mejores compañeros y, ahora que te vas, no quiero que te vayas.
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